SACERDOTES

Se recogen aquí las diversas noticias que va originando nuestra propia actividad sacerdotal.
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viernes, 25 de abril de 2008

Carta vaticana para la Jornada de Oración por la Santificación de los Sacerdotes


Carta vaticana para la Jornada de Oración por la Santificación de los Sacerdotes

De la Congregación para el Clero

CIUDAD DEL VATICANO, martes, 22 abril 2008 (ZENIT.org).- Publicamos la carta que han enviado Cardenal Cláudio Hummes, o.f.m. y el arzobispo Mauro Piacenza, presidente y secretario de la Congregación vaticana para el Clero con motivo de la Jornada Mundial de Oración por la Santificación de los Sacerdotes que se celebra el 30 de mayo, fiesta del Corazón de Jesús.

* * *

Reverendos y queridos hermanos en el sacerdocio:

En la fiesta del Sacratísimo Corazón de Jesús, con una mirada incesante de amor, fijamos los ojos de nuestra mente y de nuestro corazón en Cristo, único Salvador de nuestra vida y del mundo. Remitirnos a Cristo significa remitirnos a aquel Rostro que todo hombre, consciente o inconscientemente, busca como única respuesta adecuada a su insuprimible sed de felicidad.

Nosotros ya encontramos este Rostro y, en aquel día, en aquel instante, su amor hirió de tal manera nuestro corazón, que no pudimos menos de pedir estar incesantemente en su presencia. «Por la mañana escucharás mi voz, por la mañana te expongo mi causa y me quedo aguardando» (Salmo 5).

La sagrada liturgia nos lleva a contemplar una vez más el misterio de la encarnación del Verbo, origen y realidad íntima de esta compañía que es la Iglesia: el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob se revela en Jesucristo. «Nadie habría podido ver su gloria si antes no hubiera sido curado por la humildad de la carne. Quedaste cegado por el polvo, y con el polvo has sido curado: la carne te había cegado, la carne te cura» (San Agustín, Comentario al Evangelio de san Juan, Homilía 2, 16).

Sólo contemplando de nuevo la perfecta y fascinante humanidad de Jesucristo, vivo y operante ahora, que se nos ha revelado y que sigue inclinándose sobre cada uno con el amor de total predilección que le es propio, se puede dejar que él ilumine y colme ese abismo de necesidad que es nuestra humanidad, con la certeza de la esperanza encontrada, y con la seguridad de la Misericordia que abarca nuestros límites, enseñándonos a perdonar lo que de nosotros mismos ni siquiera lográbamos descubrir. «Una sima grita a otra sima con voz de cascadas» (Salmo 41).

Con ocasión de la tradicional Jornada de oración por la santificación de los sacerdotes, que se celebra en la fiesta del Sacratísimo Corazón de Jesús, quiero recordar la prioridad de la oración con respecto a la acción, en cuanto que de ella depende la eficacia del obrar. De la relación personal de cada uno con el Señor Jesús depende en gran medida la misión de la Iglesia. Por tanto, la misión debe alimentarse con la oración: «Ha llegado el momento de reafirmar la importancia de la oración ante el activismo y el secularismo» (Benedicto XVI, Deus caritas est, 37). No nos cansemos de acudir a su Misericordia, de dejarle mirar y curar las llagas dolorosas de nuestro pecado para asombrarnos ante el milagro renovado de nuestra humanidad redimida.

Queridos hermanos en el sacerdocio, somos los expertos de la Misericordia de Dios en nosotros y, sólo así, sus instrumentos al abrazar, de modo siempre nuevo, la humanidad herida. «Cristo no nos salva de nuestra humanidad, sino a través de ella; no nos salva del mundo, sino que ha venido al mundo para que el mundo se salve por medio de él (cf. Jn 3, 17)» (Benedicto XVI, Mensaje «urbi et orbi», 25 de diciembre de 2006: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 29 de diciembre de 2006, p. 20). Somos, por último, presbíteros por el sacramento del Orden, el acto más elevado de la Misericordia de Dios y a la vez de su predilección.

En segundo lugar, en la insuprimible y profunda sed de él, la dimensión más auténtica de nuestro sacerdocio es la mendicidad: la petición sencilla y continua; se aprende en la oración silenciosa, que siempre ha caracterizado la vida de los santos; hay que pedirla con insistencia. Esta conciencia de la relación con él se ve sometida diariamente a la purificación de la prueba. Cada día caemos de nuevo en la cuenta de que este drama también nos afecta a nosotros, ministros que actuamos in persona Christi capitis. No podemos vivir un solo instante en su presencia sin el dulce anhelo de reconocerlo, conocerlo y adherirnos más a él. No cedamos a la tentación de mirar nuestro ser sacerdotes como una carga inevitable e indelegable, ya asumida, que se puede cumplir «mecánicamente», tal vez con un programa pastoral articulado y coherente. El sacerdocio es la vocación, el camino, el modo a través del cual Cristo nos salva, con el que nos ha llamado, y nos sigue llamando ahora, a vivir con él.

La única medida adecuada, ante nuestra santa vocación, es la radicalidad. Esta entrega total, con plena conciencia de nuestra infidelidad, sólo puede llevarse a cabo como una decisión renovada y orante que luego Cristo realiza día tras día. Incluso el don del celibato sacerdotal se ha de acoger y vivir en esta dimensión de radicalidad y de plena configuración con Cristo. Cualquier otra postura, con respecto a la realidad de la relación con él, corre el peligro de ser ideológica.

Incluso la cantidad de trabajo, a veces enorme, que las actuales condiciones del ministerio nos exigen llevar a cabo, lejos de desalentarnos, debe impulsarnos a cuidar con mayor atención aún nuestra identidad sacerdotal, la cual tiene una raíz ciertamente divina. En este sentido, con una lógica opuesta a la del mundo, precisamente las condiciones peculiares del ministerio nos deben impulsar a «elevar el tono» de nuestra vida espiritual, testimoniando con mayor convicción y eficacia nuestra pertenencia exclusiva al Señor.

Él, que nos ha amado primero, nos ha educado para la entrega total. «Salí al encuentro de quien me buscaba. Dije: "Heme aquí" a quien invocaba mi nombre». El lugar de la totalidad por excelencia es la Eucaristía, pues «en la Eucaristía Jesús no da "algo", sino a sí mismo; ofrece su cuerpo y derrama su sangre. Entrega así toda su vida, manifestando la fuente originaria de este amor divino» (Sacramentum caritatis, 7).

Queridos hermanos, seamos fieles a la celebración diaria de la santísima Eucaristía, no sólo para cumplir un compromiso pastoral o una exigencia de la comunidad que nos ha sido encomendada, sino por la absoluta necesidad personal que sentimos, como la respiración, como la luz para nuestra vida, como la única razón adecuada a una existencia presbiteral plena.

El Santo Padre, en la exhortación apostólica postsinodal Sacramentum caritatis (n. 66) nos vuelve a proponer con fuerza la afirmación de san Agustín: «Nadie come de esta carne sin antes adorarla (...), pecaríamos si no la adoráramos» (Enarrationes in Psalmos 98, 9). No podemos vivir, no podemos conocer la verdad sobre nosotros mismos, sin dejarnos contemplar y engendrar por Cristo en la adoración eucarística diaria, y el «Stabat» de María, «Mujer eucarística», bajo la cruz de su Hijo, es el ejemplo más significativo que se nos ha dado de la contemplación y de la adoración del Sacrificio divino.

Como la dimensión misionera es intrínseca a la naturaleza misma de la Iglesia, del mismo modo nuestra misión está ínsita en la identidad sacerdotal, por lo cual la urgencia misionera es una cuestión de conciencia de nosotros mismos. Nuestra identidad sacerdotal está edificada y se renueva día a día en la «conversación» con nuestro Señor. La relación con él, siempre alimentada en la oración continua, tiene como consecuencia inmediata la necesidad de hacer partícipes de ella a quienes nos rodean. En efecto, la santidad que pedimos a diario no se puede concebir según una estéril y abstracta acepción individualista, sino que, necesariamente, es la santidad de Cristo, la cual es contagiosa para todos: «Estar en comunión con Jesucristo nos hace participar en su ser "para todos", hace que este sea nuestro modo de ser» (Benedicto XVI, Spe salvi, 28).

Este «ser para todos» de Cristo se realiza, para nosotros, en los tria munera de los que somos revestidos por la naturaleza misma del sacerdocio. Esos tria munera, que constituyen la totalidad de nuestro ministerio, no son el lugar de la alienación o, peor aún, de un mero reduccionismo funcionalista de nuestra persona, sino la expresión más auténtica de nuestro ser de Cristo; son el lugar de la relación con él. El pueblo que nos ha sido encomendado para que lo eduquemos, santifiquemos y gobernemos, no es una realidad que nos distrae de «nuestra vida», sino que es el rostro de Cristo que contemplamos diariamente, como para el esposo es el rostro de su amada, como para Cristo es la Iglesia, su esposa. El pueblo que nos ha sido encomendado es el camino imprescindible para nuestra santidad, es decir, el camino en el que Cristo manifiesta la gloria del Padre a través de nosotros.

«Si a quien escandaliza a uno solo y al más pequeño conviene que se le cuelgue al cuello una piedra de molino y sea arrojado al mar (...), ¿qué deberán sufrir y recibir como castigo los que mandan a la perdición (...) a un pueblo entero?» (San Juan Crisóstomo, De sacerdotio VI, 1.498). Ante la conciencia de una tarea tan grave y una responsabilidad tan grande para nuestra vida y salvación, en la que la fidelidad a Cristo coincide con la «obediencia» a las exigencias dictadas por la redención de aquellas almas, no queda espacio ni siquiera para dudar de la gracia recibida. Sólo podemos pedir que se nos conceda ceder lo más posible a su amor, para que él actúe a través de nosotros, pues o dejamos que Cristo salve el mundo, actuando en nosotros, o corremos el riesgo de traicionar la naturaleza misma de nuestra vocación. La medida de la entrega, queridos hermanos en el sacerdocio, sigue siendo la totalidad. «Cinco panes y dos peces» no son mucho; sí, pero son todo. La gracia de Dios convierte nuestra poquedad en la Comunión que sacia al pueblo. De esta «entrega total» participan de modo especial los sacerdotes ancianos o enfermos, los cuales, diariamente, desempeñan el ministerio divino uniéndose a la pasión de Cristo y ofreciendo su existencia presbiteral por el verdadero bien de la Iglesia y la salvación de las almas.

Por último, el fundamento imprescindible de toda la vida sacerdotal sigue siendo la santa Madre de Dios. La relación con ella no puede reducirse a una piadosa práctica de devoción, sino que debe alimentarse con un continuo abandono de toda nuestra vida, de todo nuestro ministerio, en los brazos de la siempre Virgen. También a nosotros María santísima nos lleva de nuevo, como hizo con san Juan bajo la cruz de su Hijo y Señor nuestro, a contemplar con ella el Amor infinito de Dios: «Ha bajado hasta aquí nuestra Vida, la verdadera Vida; ha cargado con nuestra muerte para matarla con la sobreabundancia de su Vida» (San Agustín, Confesiones IV, 12).

Dios Padre escogió como condición para nuestra redención, para el cumplimiento de nuestra humanidad, para el acontecimiento de la encarnación del Hijo, la espera del «fiat» de una Virgen ante el anuncio del ángel. Cristo decidió confiar, por decirlo así, su vida a la libertad amorosa de su Madre: «Concibiendo a Cristo, engendrándolo, alimentándolo, presentándolo al Padre en el templo, sufriendo con su Hijo que moría en la cruz, colaboró de manera totalmente singular a la obra del Salvador por su obediencia, su fe, su esperanza y su amor ardiente, para restablecer la vida sobrenatural de los hombres. Por esta razón es nuestra madre en el orden de la gracia» (Lumen gentium, 61).

El Papa san Pío X afirmó: «Toda vocación sacerdotal viene del corazón de Dios, pero pasa por el corazón de una madre». Eso es verdad con respecto a la evidente maternidad biológica, pero también con respecto al «alumbramiento» de toda fidelidad a la vocación de Cristo. No podemos prescindir de una maternidad espiritual para nuestra vida sacerdotal: encomendémonos con confianza a la oración de toda la santa madre Iglesia, a la maternidad del pueblo, del que somos pastores, pero al que está encomendada también nuestra custodia y santidad; pidamos este apoyo fundamental.

Se plantea, queridos hermanos en el sacerdocio, la urgencia de «un movimiento de oración, que ponga en el centro la adoración eucarística continuada, durante las veinticuatro horas, de modo tal que, de cada rincón de la tierra, se eleve a Dios incesantemente una oración de adoración, agradecimiento, alabanza, petición y reparación, con el objetivo principal de suscitar un número suficiente de santas vocaciones al estado sacerdotal y, al mismo tiempo, acompañar espiritualmente -al nivel de Cuerpo místico- con una especie de maternidad espiritual, a quienes ya han sido llamados al sacerdocio ministerial y están ontológicamente conformados con el único sumo y eterno Sacerdote, para que le sirvan cada vez mejor a él y a los hermanos, como los que, a la vez, están "en" la Iglesia pero también, "ante" la Iglesia (cf. Juan Pablo II, Pastores dabo vobis, 16), haciendo las veces de Cristo y, representándolo, como cabeza, pastor y esposo de la Iglesia» (Carta de la Congregación para el clero, 8 de diciembre de 2007).

Se delinea, últimamente, una nueva forma de maternidad espiritual, que en la historia de la Iglesia siempre ha acompañado silenciosamente el elegido linaje sacerdotal: se trata de la consagración de nuestro ministerio a un rostro determinado, a un alma consagrada, que esté llamada por Cristo y, por tanto, que elija ofrecerse a sí misma, sus sufrimientos necesarios y sus inevitables pruebas de la vida, para interceder en favor de nuestra existencia sacerdotal, viviendo de este modo en la dulce presencia de Cristo.

Esta maternidad, en la que se encarna el rostro amoroso de María, es preciso pedirla en la oración, pues sólo Dios puede suscitarla y sostenerla. No faltan ejemplos admirables en este sentido. Basta pensar en las benéficas lágrimas de santa Mónica por su hijo Agustín, por el cual lloró «más de lo que lloran las madres por la muerte física de sus hijos» (San Agustín, Confesiones III, 11). Otro ejemplo fascinante es el de Eliza Vaughan, la cual dio a luz y encomendó al Señor trece hijos; seis de sus ocho hijos varones se hicieron sacerdotes; y cuatro de sus cinco hijas fueron religiosas. Dado que no es posible ser verdaderamente mendicantes ante Cristo, admirablemente oculto en el misterio eucarístico, sin saber pedir concretamente la ayuda efectiva y la oración de quien él nos pone al lado, no tengamos miedo de encomendarnos a las maternidades que, ciertamente, suscita para nosotros el Espíritu.

Santa Teresa del Niño Jesús, consciente de la necesidad extrema de oración por todos los sacerdotes, sobre todo por los tibios, escribe en una carta dirigida a su hermana Celina: «Vivamos por las almas, seamos apóstoles, salvemos sobre todo las almas de los sacerdotes (...). Oremos, suframos por ellos, y, en el último día, Jesús nos lo agradecerá» (Carta 94).

Encomendémonos a la intercesión de la Virgen Santísima, Reina de los Apóstoles, Madre dulcísima. Contemplemos, con ella, a Cristo en la continua tensión a ser total y radicalmente suyos. Esta es nuestra identidad.

Recordemos las palabras del santo cura de Ars, patrono de los párrocos: «Si yo tuviera ya un pie en el cielo y me vinieran a decir que volviera a la tierra para trabajar por la conversión de los pecadores, volvería de buen grado. Y si para ello fuera necesario que permaneciera en la tierra hasta el fin del mundo, levantándome siempre a medianoche, y sufriera como sufro, lo haría de todo corazón» (Frère Athanase, Procès de l'Ordinaire, p. 883).

El Señor guíe y proteja a todos y cada uno, de modo especial a los enfermos y a los que sufren, en el constante ofrecimiento de nuestra vida por amor.

Cardenal Cláudio Hummes, o.f.m.

Prefecto

Mons. Mauro Piacenza

Arzobispo tit. de Vittoriana

Secretario

Oración de los sacerdotes

Oración del sacerdote

Señor, Tu me has llamado al ministerio sacerdotal

en un momento concreto de la historia en el que,

como en los primeros tiempos apostólicos,

quieres que todos los cristianos,

y en modo especial los sacerdotes,

seamos testigos de las maravillas de Dios

y de la fuerza de tu Espíritu.

Haz que también yo sea testigo de la dignidad de la vida humana,

de la grandeza del amor

y del poder del ministerio recibido:

Todo ello con mi peculiar estilo de vida entregada a Ti

por amor, sólo por amor y por un amor más grande.

Haz que mi vida celibataria

sea la afirmación de un sí, gozoso y alegre,

que nace de la entrega a Ti

y de la dedicación total a los demás

al servicio de tu Iglesia.

Dame fuerza en mis flaquezas

y también agradecer mis victorias.

Madre, que dijiste el sí más grande y maravilloso

de todos los tiempos,

que yo sepa convertir mi vida de cada día

en fuente de generosidad y entrega,

y junto a Ti,

a los pies de las grandes cruces del mundo,

me asocie al dolor redentor de la muerte de tu Hijo

para gozar con El del triunfo de la resurrección

para la vida eterna. Amen

Oración que los sacerdotes pueden rezar cada día

Dios omnipotente, que Tu gracia nos ayude para que nosotros, que hemos recibido el ministerio sacerdotal, podamos servirte de modo digno y devoto, con toda pureza y buena conciencia. Y si no logramos vivir la vida con mucha inocencia, concédenos en todo caso de llorar dignamente el mal que hemos cometido, y de servirte fervorosamente en todo con espíritu de humildad y con el propósito de buena voluntad. Por Cristo, nuestro Señor. Amén.

Invocación

¡Oh buen Jesús!, haz que yo sea sacerdote según Tu corazón.

Oración a Jesucristo

Jesús justísimo, tú que con singular benevolencia me has llamado, entre millares de hombres, a tu secuela y a la excelente dignidad sacerdotal, concédeme, te pido, tu fuerza divina para que pueda cumplir en el modo justo mi ministerio. Te suplico, Señor Jesús de hacer revivir en mí, hoy y siempre, tu gracia, que me ha sido dada por la imposición de las manos del obispo. Oh médico potentísimo de las almas, cúrame de manera tal que no caiga nuevamente en los vicios y escape de cada pecado y pueda complacerte hasta mi muerte. Amén.

Oración para suplicar la gracia de custodiar la castidad

Señor Jesucristo, esposo de mi alma, delicia de mi corazón, más bien corazón mío y alma mía, frente a ti me postro de rodillas, rogándote y suplicándote con todo mi fervor de concederme preservar la fe que me has dado de manera solemne. Por ello, Jesús dulcísimo, que yo rechace cada impiedad, que sea siempre extraño a los deseos carnales y a las concupiscencias terrenas, que combaten contra el alma y que, con tu ayuda, conserve íntegra la castidad.

¡Oh santísima e inmaculada Virgen María!, Virgen de las vírgenes y Madre nuestra amantísima, purifica cada día mi corazón y mi alma, pide por mí el temor del Señor y una particular desconfianza en mis propias fuerzas.

San José, custodio de la virginidad de María, custodia mi alma de cada pecado.

Todas ustedes Vírgenes santas, que siguen por doquier al Cordero divino, sean siempre premurosas con respecto a mí pecador para que no peque en pensamientos, palabras u obras y nunca me aleje del castísimo corazón de Jesús. Amén

Oración por los sacerdotes

Señor Jesús, presente en el Santísimo Sacramento,

que quisiste perpetuarte entre nosotros

por medio de tus Sacerdotes,

haz que sus palabras sean sólo las tuyas,

que sus gestos sean los tuyos,

que su vida sea fiel reflejo de la tuya.

Que ellos sean los hombres que hablen a Dios de los hombres

y hablen a los hombres de Dios.

Que non tengan miedo al servicio,

sirviendo a la Iglesia como Ella quiere ser servida.

Que sean hombres, testigos del eterno en nuestro tiempo,

caminando por las sendas de la historia con tu mismo paso

y haciendo el bien a todos.

Que sean fieles a sus compromisos,

celosos de su vocación y de su entrega,

claros espejos de la propia identidad

y que vivan con la alegría del don recibido.

Te lo pido por tu Madre Santa María:

Ella que estuvo presente en tu vida

estará siempre presente en la vida de tus sacerdotes. Amen

[Traducción distribuida por la Congregación para el Clero]

viernes, 18 de abril de 2008

El secretario de la Congregación para los Obispos destaca la vinculación de la Prelatura del Opus Dei a las iglesias particulares


Madrid, 15/04/2008
(VERITAS) El secretario de la Congregación para los Obispos, monseñor
Francesco Monterisi, mostró ayer, lunes 14 de abril, durante su intervención
en el acto del 25 aniversario de la erección del Opus Dei como Prelatura
personal (1982), que una característica importante del Opus Di es que la
pertenencia de los fieles "no les aparta de las Iglesias particulares".

Durante su intervención, monseñor Monterisi hizo un recorrido por la
situación de los fieles y los sacerdotes en el Opus Dei y afirmó que la
presencia y actividades de sus miembros "han beneficiado a las actividades
pastorales de cada una de las diócesis en las que trabajan".

Así, destacó la labor de los sacerdotes a través de la Sociedad Sacerdotal
de la Santa Cruz, recordando que su pertenencia no disminuye "un ápice" su
dedicación a la diócesis ni su dependencia del propio obispo.

El cardenal Herranz recuerda la creación de la Prelatura del Opus Dei y el interés personal de Juan Pablo II para que fuera configurada


Madrid, 15/04/2008
(VERITAS) El cardenal Julián Herranz, presidente emérito del Pontificio
Consejo para los Textos Legislativos mostró, durante su intervención ayer,
lunes 14 de abril, en el acto académico del XXV aniversario de la erección
de la Prelatura del Opus Dei en el Campus del IESE de Madrid, el interés que
tuvo el Papa Juan Pablo II por la Prelatura, siguiendo "con un vivo y
especial interés" la preparación del nuevo Código de Derecho Canónico y de
la "Ut sit".

En su intervención, el cardenal hizo un repaso por los comienzos de la
preparación de la Constitución "Ut sit", hace 25 años y afirmó que se trata
de "una justa configuración jurídica" para una recta armonía entre el
carisma de Escrivá de Balaguer y la necesidad de una jurídica
institucionalización.

Para llevar a cabo la constitución de la Prelatura, se creó una Comisión
técnica compuesta por tres representantes de la Congregación para los
Obispos y por otros representantes del Opus Dei, con la intención de
"realizar colegialmente el estudio necesario para determinar con precisión
todos los aspectos de la cuestión a examen y sopesar las eventuales
dificultades de orden doctrinal o práctico y proponer las relativas
soluciones" explicó el cardenal Herranz.


jueves, 17 de abril de 2008

Juan Carlos Navarro presenta el nuevo catecismo "Jesús es el Señor"

El 14 de abril se celebró una Jornada de Formación para sacerdotes en el Seminario de Granada en la que se presentó el nuevo catecismo para la Iniciación Cristiana publicado por la Conferencia Episcopal Española titulado "Jesús es el Señor"

Juan Carlos Navarro, Delegado Diocesano de Catequesis ofreció un power point para conocer las virtudes de esta nueva edición del catecismo. Un catecismo que "se tiene de pie" (tanto por su formato, en pastas gruesas; como por su contenido: que contempla todos los aspectos de la profesión de fe católica).

miércoles, 16 de abril de 2008

Mensaje vaticano a todos los sacerdotes: «Prioridad de la oración»


Mensaje vaticano a todos los sacerdotes: «Prioridad de la oración»

Exhortación desde la Congregación para el Clero


CIUDAD DEL VATICANO, lunes, 14 abril 2008 (ZENIT.org).- Ante la certeza de
que el ministerio sacerdotal y la misión de la Iglesia dependen de la
relación personal con Jesús, los sacerdotes están llamados a dar prioridad a
la oración respecto a la acción, subraya la Congregación vaticana para el
Clero.

En una carta a todos los presbíteros del mundo, el dicasterio prepara así la
Jornada mundial de oración por la santificación de los sacerdotes, que se
celebra en la solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús, el próximo 30 de
mayo.

Firmada por el cardenal prefecto Cláudio Hummes y el secretario de la
Congregación, el arzobispo Mauro Piacenza, la misiva exhorta a contemplar
«la perfecta y fascinante humanidad de Jesucristo, vivo y operante ahora»,
seguros de su Misericordia.

De aquí el dicasterio hace un llamamiento «a la prioridad de la oración
respecto a la acción», porque de aquélla depende una acción incisiva, esto
es, la misión debe alimentarse de la oración, «de la relación personal de
cada uno con el Señor Jesús».

Se reafirma la importancia de la oración frente al activismo y el
secularismo, según señaló Benedicto XVI en su Encíclica «Deus caritas est».
El paso siguiente, para los sacerdotes, es ser «expertos de la Misericordia
de Dios», apunta el cardenal Hummes en la carta, íntegramente publicada en
italiano en la edición de «L'Osservatore Romano» del sábado.


Y lanza una alerta: el sacerdocio no se puede contemplar como una especie de
carga inevitable «que se puede cumplir "mecánicamente", tal vez con un
articulado y coherente programa pastoral».

Realmente «el sacerdocio es la vocación, es el camino, el modo a través del
cual Cristo nos salva, nos ha llamado y nos llama ahora, para vivir con Él»,
precisa a los sacerdotes.

Esta «santa vocación» sólo tiene una «medida adecuada»: «la
radicalidad» --recuerda la carta--, la «total dedicación», que «Cristo
realiza día a día» en el sacerdote a través de su «renovada y orante
decisión».

«El mismo don del celibato sacerdotal hay que acogerlo y vivirlo en esta
dimensión de radicalidad y de plena configuración con Cristo -advierte el
purpurado--. Cualquier otra postura, respecto a la realidad de la relación
con Él, corre el riesgo de ser ideológica».


«Incluso la cantidad, a veces extraordinariamente grande, de trabajo que las
condiciones contemporáneas del ministerio nos piden sostener, lejos de
desalentarnos debe impulsarnos a cuidar, aún con mayor atención, nuestra
identidad sacerdotal, que tiene una raíz irreduciblemente divina», anima la
carta.

«En este sentido, en una lógica opuesta a la del mundo, precisamente las
particulares condiciones del ministerio nos deben llevar a "elevar el tono"
de nuestra vida espiritual --insiste--, testimoniando con mayor convicción y
eficacia nuestra pertenencia exclusiva al Señor».

Pues «lugar de la totalidad por excelencia es la Eucaristía», añade el
cardenal Hummes, recordando que es el sacramento en el que Jesús ofrece su
Cuerpo y su Sangre, «la totalidad de la propia existencia».

Por eso exhorta a los sacerdotes del mundo a la fidelidad «en la celebración
diaria de la Santísima Eucaristía» y a la adoración de Jesús sacramentado.
Tampoco aquí se trata de un mero cumplimiento, «sino de la absoluta
necesidad que advertimos» del Sacramento, «como respirar, como la luz de
nuestra vida, como única razón adecuada para una existencia presbiteral
realizada», constata.

De la relación con Jesús, «siempre alimentada con la oración continua»,
brota «la necesidad de hacer partícipes de ello a cuantos nos rodean», o
sea, brota la misión, «intrínseca a la naturaleza misma de la Iglesia» y
«connatural a la identidad sacerdotal», sintetiza el cardenal Hummes.

De aquí también se deduce el sentido de la Jornada que se celebrará
próximamente. «La santidad que pedimos diariamente -se lee en la carta a los
sacerdotes-, de hecho, no puede concebirse según una acepción
individualista, estéril y abstracta, sino que es, necesariamente, la
santidad de Cristo, la cual es contagiosa para todos».

Ello se concreta en el pueblo que es confiado al sacerdote y en la
responsabilidad de atenderlo. Aquí hay que ceder al amor de Jesús «para que
actúe Él a través de nosotros --advierte la carta a los sacerdotes--, porque
o dejamos que Cristo salve el mundo, obrando en nosotros, o bien corremos el
riesgo de traicionar la propia naturaleza de nuestra vocación».

Clave de ayuda en esta llamada es el «fundamento imprescindible de toda la
vida sacerdotal»: la Virgen María -recuerda el dicasterio--, pues reconduce
continuamente «bajo la Cruz de su Hijo» «para contemplar, con Ella, el Amor
infinito de Dios».

Orar y acompañar espiritualmente a los sacerdotes

Como hizo hace pocos meses, ahora, en vista de la Jornada mundial de oración
por la santificación de los sacerdotes, el dicasterio reitera la importancia
de que los presbíteros se encomienden a la oración de toda la Santa Madre
Iglesia, «a la maternidad del pueblo» del que son pastores y del que, a su
vez, tienen confiada su custodia y santidad.

«Pidamos este apoyo fundamental», exhorta.

Es urgente «un movimiento de oración que tenga en el centro la adoración
eucaristía continua -recuerda el cardenal Hummes, remitiéndose a otra misiva
anterior--, durante las veinticuatro horas, de manera que desde todo rincón
del mundo siempre se eleve a Dios una plegaria de adoración, acción de
gracias, alabanza, petición y reparación».

El objetivo es «suscitar un número suficiente de vocaciones santas al estado
sacerdotal y, a la vez, acompañar espiritualmente --como Cuerpo Místico- con
una especie de maternidad espiritual a cuantos ya han sido llamados al
sacerdocio ministerial», para que cada vez sirvan mejor a Jesús y a los
hermanos.

Por Marta Lago